En medio de la crisis civilizatoria o multidimensional que enfrenta el mundo a causa de los efectos perniciosos del capitalismo y su última fase (una de las más predatorias) el neoliberalismo América Latina se constituye prácticamente que en la única región que está sorteando más bien que mal económica planetaria, y de alguna manera, apunta no obstante las infaltables dificultades y contradicciones socio-políticas, hacia mejores niveles de desarrollo humano. Por ello los gobiernos de América del Sur trabajan en la consolidación de un escenario como la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) para poner en marcha mecanismos de desarrollo y defensa de la región. Simultáneamente, Varios gobiernos progresistas del continente gracias al impulso de Venezuela han hecho realidad la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la cual no es una zona de libre comercio, sino un espacio político y económico organizado, basado en la solidaridad y la complementariedad que tiene en cuenta las asimetrías. Los pueblos del hemisferio han entendido que para salir de “la larga y oscura noche neoliberal” de la que habla el presidente ecuatoriano Rafael Correa, y que tanto dolor humano ha causado a millones de latinoamericanos, la región debe circunscribir su política de relaciones internacionales en la cooperación y no en la competencia.
Un despertar social y político
Para lograr el cambio
de paradigma económico y posibilitar la elección de gobiernos de tinte
progresista que han jalonado este proceso de integración regional y ejecución
de políticas públicas de desarrollo social, muchas de ellas consideradas
asistencialistas, Latinoamérica debió soportar los embates de las medidas de
ajuste y saqueo que impuso el funesto modelo neoliberal. Estas fórmulas de
pillaje y de desconocimiento de las conquistas sociales inspiradas en el
llamado Consenso de Washington que muy poco tuvo de consenso y mucho de
Washington, generaron el despertar de los pueblos que a través de su organización en
movimientos sociales y en la movilización pública lograron convertirse en
sujetos de cambio que posibilitaron llevar al poder a líderes con vocación de
cambio cuyo propósito al llegar a los gobiernos ha sido la lucha contra la
pobreza, el desempleo, la exclusión, garantizando el acceso gratuito y universal
a la educación y la salud. Es decir, hacer efectivo y real el rol del Estado de
garantizar los derechos fundamentales.
La CELAC: ser o no ser
La búsqueda de
autonomía, pero sobre todo, la integración política y la colaboración efectiva
de la región, constituye “el ser o no ser” de la Comunidad de Estados de
América Latina y el Caribe (CELAC), dijo el presidente de Uruguay, Pepe Mujica,
durante el acto de creación de este organismo que busca reemplazar a la
desgastada y desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA). La Cumbre
de la CELAC realizada en Caracas entre el 2 y 3 de diciembre sin la presencia
incómoda de Estados Unidos y Canadá es otro paso más en la ruta por solidificar
políticamente a la región. Este nuevo organismo de integración latinoamericana
buscará concretar en el corto plazo un fondo común de reservas para enfrentar
las turbulencias financieras y la creación de un organismo de derechos humanos
alternativo al de la OEA.
Hacia un polo de poder
América Latina avanza
paulatinamente hacia su propio destino como región no obstante ser un
continente muy disímil, heterogéneo, lleno de diversidades de todo género:
étnicas, geográficas, costumbristas, históricas. En medio de esa diversidad y
de los elementos comunes como el idioma y las similitudes culturales que son
decisivos en un proceso de integración, la sociedad latinoamericana está
llegando a cierto grado de madurez política que le ha permitido comprender a
cabalidad las circunstancias de la globalización en el sentido de entenderla
como una muy hábil estrategia de los países desarrollados para cautivar los
mercados del planeta. Tras las fracasadas recetas económicas del Consenso de
Washington que solo han beneficiado al capital financiero especulativo
transnacional en perjuicio de los intereses locales, la dirigencia latinoamericana
de postura progresista terminó dándose cuenta, por fin, de que la dinámica del
capitalismo salvaje que eufemísticamente lo denominan globalización”, obliga a
concretar sinergias, por lo cual América del Sur se encuentra en pleno proceso
de estructurar un bloque común, en medio de las diferencias, para defender
intereses compartidos en el ámbito internacional. Para algunos analistas en geoestratégica
internacional como el mexicano Alfredo Jalife-Rahme, América del Sur en ese
sentido ya cuenta con un proyecto y se encamina a constituirse en un polo de
poder. Jalife-Rahme se refiere a América del Sur por cuanto que México y Centroamérica
siguen siendo parte consustancial de la órbita política, militar y económica de
Estados Unidos.
Nueva arquitectura financiera regional
Ese renovado espíritu
integracionista de los gobiernos de América del Sur expuesto en diversas
reuniones presidenciales se ha logrado concretar tanto en la creación de UNSAUR
como en el fortalecimiento de instancias
comerciales como MERCOSUR. Las buenas intenciones de los jefes de Estado no
solo se han quedado en retórica como en el pasado, sino que en medio de las
normales limitaciones de un proceso de integración ambicioso, se avanza en la
concreción de una propuesta para
generar una nueva arquitectura financiera regional. Los pilares básicos de esta
propuesta que le dará sustento práctico a UNASUR se pueden sintetizar así, en
palabras del representante del gobierno ecuatoriano Pedro Páez Pérez, quien en
los últimos años ha venido trabajando para cristalizar este empeño
integracionista: Una banca de
desarrollo de nuevo tipo, como la iniciativa del Banco del Sur, con un conjunto
de nuevas prioridades en materia de alimentación, energía, cuidado de la salud,
ciencia y tecnología, conectividad física, financiamiento de la economía popular
y nuevas prácticas bancarias. Una banca central alternativa, comenzando por la
conexión directa, en red regional, de los bancos centrales, enlazados a
sistemas de compensación de pagos, mercados virtuales de liquidez, sistemas multilaterales
de créditos recíprocos, facilidades de emergencia de balanza de pagos, caja
fiscal, y un fondo común de reservas regional. Desarrollo de un
espacio monetario común, incluyendo la emisión de Derechos Especiales de Giro
(DEG) regionales en el marco de convenios de compensación de pagos como la
experiencia del SUCRE dentro de la Alianza
Bolivariana para los Pueblos (ALBA). Para evitar
retaliaciones políticas y sabotajes económicos a los procesos democráticos, es
necesario impulsar una definición pronta y universal de controles de capitales
y un impuesto a través de la denominada
Tasa Tobin.
El liderazgo de Brasil y Argentina
El mapa político de
Latinoamérica permite observar con claridad los avances o retrocesos del
proceso de cambio que se viene dando en buena parte del hemisferio. Brasil y
Argentina, los países líderes de Suramérica, son las economías de mostrar.
Ambas naciones que hacen parte del G-20, es decir, el grupo de países con las
economías más fuertes del mundo, evolucionan en un modelo de mejoría social e
industrialización que les ha posibilitado reducir la pobreza, mejorar los
índices de desarrollo humano y configurarse como los impulsores de la
integración regional. Brasil por sus condiciones geoestratégicas y económicas
juega como polo en América del Sur, hace parte del grupo de países conocido
como BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que está en pleno ascenso,
y apuesta a consolidar el proceso de regionalización porque de él depende
solidificar su influencia.
El rol de los gobiernos de izquierda
Los gobiernos de Hugo
Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, y Evo Morales en Bolivia, se
caracterizan por sus posturas de izquierda en el sentido de proclamar un
socialismo para el siglo XXI y ser críticos de los efectos negativos del
capitalismo en el desarrollo de la sociedad. Estos gobiernos ostentan un gran
respaldo popular y coinciden en haber logrado revertir la negativa realidad
social de sus pueblos mediante la ejecución de políticas que han mejorado
sustancialmente la situación de los sectores más vulnerables de la sociedad. Mientras
Chávez tiene como caballito de batalla un discurso antiestadounidense que le ha
traído las simpatías de amplios sectores sociales y políticos tanto nacionales
como internacionales y el desprecio de las oligarquías venezolana y
latinoamericanas, Correa y Morales deben hacerle frente no solo a sus
adversarios de la derecha sino a sectores de izquierda que los cuestionan y que
intentan sin éxito organizarse para restarles sustento popular. Los tres
mandatarios tienen en común que su popularidad ronda el 60% y por lo tanto esa
legitimidad les permite seguir adelante con sus reformas sociales y antimonopólicas.